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Prácticas de Amor


QUIEN AMA A JESUCRISTO, AMA LA VOLUNTAD DE DIOS
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La tierra es lugar de merecimientos, de donde se deduce que es lugar de padecimientos.Nuestra patria, donde Dios nos tiene reservado el descanso del Gozo Eterno, es el Paraíso.En este mundo habemos de estar poco tiempo y, a pesar de ser poco, son muchos los padecimientos que habremos de pasar.
Todos sufriremos, justos y pecadores, pero la diferencia está que quien lleva pacientemente su cruz por amor a Cristo se salva y quien se revela o lleva impacientemente, se condena.Idénticas miserias conducen a unos al Cielo y a otros al Infierno, dice San Agustín.Quien en las tribulaciones se humilla y se resigna a la Voluntad de Dios, es grano del paraíso y quien se ensoberbece e irrita, abandonando a Dios es paja para el infierno.
El día que se discuta la causa de nuestra salvación, si queremos alcanzar sentencia de salvación, es preciso que nuestra vida se halle conforme con la de Jesucristo, para esto se propuso el Verbo Eterno, venir al mundo, para enseñarnos con su ejemplo a llevar pacientemente las cruces que el Señor nos enviare.
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QUIEN PADECE AMANDO A DIOS, DOBLEGA LA GANACIA PARA EL PARAISO
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De la gran confianza que nos debe inspirar El Amor que Jesucristo manifestó en cuanto hizo por nosotros.
Si tenemos sobrados motivos de temer la muerte eterna, merecida por nuestros pecados, mayores y más fuertes motivos tenemos para esperar la Vida Eterna apoyados en los méritos de Jesucristo.Con Su sangre canceló el decreto de nuestra condenación y lo fijó en la cruz, para que, al levantar la vista para mirar la sentencia condenatoria, viésemos en la Cruz la esperanza de perdón y de salvación eterna.
Si contra vosotros claman vuestras iniquidades, a favor nuestro clama la sangre del Redentor y la Divina Justicia no puede menos que aplacarse a la vos de esta sangre.Si bien es cierto que todas nuestras culpas las tendremos que rendir al Eterno Juez, consolémonos ya que el Eterno Padre, puso nuestra causa en manos de nuestro mismo Redentor que intercede por nosotros.Corramos pues con ánimo esforzado en la lucha contra el pecado, mirando a Jesús crucificado, que desde la cruz nos brinda su auxilio y promete la victoria y la corona.Dice el Apóstol que todo se nos dará: el perdón, la perseverancia, toda clase de virtudes y gracias, el paraíso mismo con tal que se lo pidamos de todo corazón.
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CUAN OBLIGADOS ESTAMOS A AMAR A JESUCRISTO
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San Pablo afirma que el amor es la Plenitud de la Ley.Si uno hubiera padecido por su amigo injurias, golpes, cárceles, ¡qué pena le embargaría el
saber que el favorecido no hace nada para recordar tales padecimientos, de los que ni siquiera quiere oír hablar!.
Y al contrario, cuál no sería su gozo si sabe que el amigo está muy agradecido y lo demuestra recordándolo con amor y agradecimiento...De igual modo se complace Jesucristo con que nosotros evoquemos con agradecimiento y amor los dolores y la muerte que por nosotros padeció.
San Juan Crisóstomo dice: “Cuando el amor de Dios se apodera del alma, engendra en ella insaciable deseo de trabajar por el amado, de tal manera que por muchas y grandes obras que haga y por mucho tiempo que emplee en su servicio, todo le parece nada.”
Algunos cifran la perfección en la austeridad de la vida, otros en la oración, otros en la limosna, las obras de caridad, la evangelización, etc. mas todos se engañan, porque la perfeción estriba en amar a Dios de todo corazón,Pues las restantes virtudes, sin caridad son solamente un montón de escombros.Y sin este amor no somos perfectos. A El debe ir dirigidas todas las acciones y deseos.
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Los Maestros de la Vida Espiritual nos describen los caracteres del verdadero amor:
El amor es temeroso: porque lo único que teme es desagradar a Dios.
El amor es generoso: porque puesta su confianza en Dios, se lanza a empresas para mayor gloria de Dios.
El amor es fuerte: porque vence los desordenados apetitos y aún en medio de las más violentas tentaciones sale siempre triunfador.
El amor es obediente: porque a la menor inspiración inclínase a cumplir la Divina inspiración.
El amor es puro: porque solo tiene a Dios por objeto y lo ama porque merece ser amado.
El amor es ardoroso: porque quisiera encender a todos los corazones el fuego del amor.
El amor es embriagador: porque hace andar al alma fuera de sí, pensando sólo en amar a Dios.
El amor es unitivo: porque logra unir con apretado lazo de amor la Voluntad de la criatura con el Creador.
El amor es suspirante: porque el alma vive llena de deseos de abandonar este destierro para volar a unirse perfectamente con Dios en la Patria Celestial.
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QUIEN PADECE AMANDO A DIOS, DOBLEGA LA GANANCIA PARA EL PARAISO
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Escribe San Juan de Crisóstomo que, cuando el Señor concede a alguno el favor de padecer por El, le da mayor gracia que si le concediera resucitar a los muertos; porque, en esto de obrar milagros, el hombre, se hace deudor de Dios; mas en el padecer, Dios es el que se hace deudor del hombre.
Sufrir con constancia por Cristo, he ahí la ciencia de los santos y el medio de santificarnos.Quien ama a Jesucristo, desea que lo traten como a El lo trataron, pobre, despreciado y humillado.
Creer que Dios admite a Su amistad estrecha a gente regalada y sin trabajos es disparate.Decía San José de Calasanz que no sabe ganar a Cristo el que no sabe sufrir por Cristo. No puede haber premio sin mérito, sin paciencia. Quien con más paciencia sufre, disfruta también de mayor paz.
El beato Juan de Avila decía: “Para llegar a la unión con Dios son necesarias las adversidades, porque Dios, por su medio, destruye todos los desordenados movimientos de nuestra alma y de nuestros sentidos.”
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QUIEN AMA A JESURISTO, AMA LA MANSEDUMBRE
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El espíritu de mansedumbre es propio de Dios. Por eso el alma amante de Dios ama a todos los que Dios ama y así con voluntad amorosa busca el modo de ayudar, consolar y dar gusto a todos, en cuanto en su mano está.San Francisco de Sales decía: “La humilde mansedumbre es la virtud de las virtudes, que Dios tanto nos recomienda y por esto es menester practicarla siempre y en todo lugar”“Haced lo que se pueda con amor y dejar de hacer lo que no se pueda hacer sin andar en pendencias”.Esta mansedumbre ha de practicarse con los pobres y más lastimadas personas, con los enfermos y sobre todo con lo enemigos, venciendo el mal a fuerza de bien.Nada edifica tanto al prójimo como el trato afable y amoroso. Hasta en la corrección de los defectos debe el superior estar revestido de templanza, aunque a veces habrá que corregir con energía cuando se trate de graves defectos, pero nunca hay que hacerlo con aspereza o ira.
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QUIENES REPRENDEN CON IRA CAUSAN MAS DAÑO QUE PROVECHO
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San Francisco de Sales, con su trato amable, conseguía cuanto pretendía hasta llevar a Dios a los pecadores más empedernidos.
La afabilidad, el amor y la humildad tienen una fuerza maravillosa para conquistarse los corazones e inducirlos a abrazar lo más repugnante.
San Vicente de Paul no podía tolerar que sus misioneros tratasen a los penitentes ásperamente, asegurándoles que el Demonio se sirve del rigor para llevar las almas al infierno.
Hay que practicar la benignidad con todos, en toda ocasión y en todo tiempo.Advierte San Bernardo que hay algunos de trato suave mientras las cosas marchan como una seda, mas si se atraviesa cualquier contrariedad, cualquier contratiempo, se enciende súbitamente y comienza a echar fuego como el Vesubio.A estos tales se les puede llamar carbones encendidos, aunque ocultos entre cenizas.
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QUIEN QUIERA SACRIFICARSE HA DE SER COMO LIRIO ENTRE ESPINAS
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Que, por más que nazca entre ellas, no deja de ser lirio, siempre suave y deleitable.
El amante de Dios conserva siempre la paz del corazón y la traduce en el rostro, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad.
Una respuesta suave basta para apagar un incendio de cólera.
Si nos sintiéramos turbados es preferible callar antes que pecar con las palabras.
No basta ejecutar obras buenas, sino que hay que ejecutarlas bien.
Para que nuestras obras sean buenas y perfectas es preciso hacerlas con el recto fin de agradar a Dios.
Dice el profeta Ageo que quienes trabajan, mas no para complacer a Dios, ponen sus ganancias en saco roto, que cuando se abra no se halla nada.
Señales para reconocer si uno trabaja para la Gloria de Dioso para la gloria nuestra son:
No turbarse cuando no se alcanza lo que se buscaba, porque, no siendo esto del agrado de Dios, tampoco es conforme a Su Voluntad.
Holgarse del bien obrado por otros como si uno mismo lo hubiera hecho.
No desear un cargo con preferencia a otro, aceptando gustoso el que inidicare la obediencia a los superiores.
No buscar después de haber hecho un bien, el agradecimiento no la aprobación de los demás.
Y si se reciben alabanzas, no vanagloriarse.No tiene precio la cosa más pequeña que se hace si va por amor a Dios.Santa María Magdalena de Pazzi decía que los que obran con recta intención en cuanto hacen, van derecho al Paraíso.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO, HUYE DE LA TIBIEZA
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La caridad ama la perfección, se deduce que aborrece la tibieza con que sirven a Dios ciertas almas, con grave riesgo de perder la caridad, la Gracia Divina, el alma y todo.
La Tibieza: Importa ante todo señalar dos especies de tibieza, la una inevitable y la segunda que se puede evitar.La inevitable es aquella de la cual ni los santos se vieron exentos, y abarca todos los defectos que cometemos sin plena voluntad y tan solo por nuestra frágil naturaleza, como las distracciones en la oración, las inquietudes interiores, las palabras inútiles, la curiosidad vana, los deseos de bien parecer, cierta sensualidad en el comer, en el beber, algunos movimientos de la concupiscencia no reprimidos al instante y cosas semejantes.Defectos son estos que debemos evitar en cuanto en nuestra mano esté; más, debido a nuestra flaca naturaleza, viciada por el pecado, es imposible evitarlos por completo.
San Francisco de Sales dice que los defectos cometidos involuntariamente se borran con un solo acto de dolor o de amor. El mismo efecto produce la Sagrada Eucaristía.La tibieza que impide llegar a la perfección es la inevitable, cuando se cae en pecados veniales deliberados, porque estos pecados, cometidos se pudieron haber evitado perfectamente.
Tales son: las mentiras voluntárias, las murmuraciones leves, las imprecaciones, los resentimientos manifestados con la lengua, las burlas del prójimo, las palabras picantes, el alabarse y andar tras la propia estima, los rencores y malquerencias, la aflicción desordenada.
Debemos pues, temer tales defectos deliberados, porque privan al hombre de las divinas ilustraciones y del socorro de la mano poderosa de Dios y de sus más suaves y regalados consuelos espirituales, de aquí nace que el alma se da a las cosas espirituales con tedio y trabajo, por que empieza a abandonar la oración, la comunión, las visitas al Santísimo Sacramento, las
novenas y finalmente con toda facilidad, lo dejará todo.
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REMEDIOS CONTRA LA TIBIEZA
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Cinco son los medios para salir de la tibieza y adelantar en la perfección:
Desearla
Resolverse a ello
La Oración mental
La Comunión
La Oración
El deseo de perfección es el primero medio para ser perfectos.
Son los santos deseos alas que nos hacen volar sobre la tierra, porque como dice San Lorenzo Justiniano, además de darnos fuerzas para andar por el camino de la perfección, alivian también las penas al caminar.
El que verdaderamente desea la perfección, va siempre adelante; sin buscar reposo y si no se cansa, al cabo llegará.
Por el contrario, quienes no alimentan este deseo, volverán atrás y cada día serán más imperfectos.
Dice San Agustín que, en los caminos de Dios, no ir adelante es retroceder.Dios quiere que todos seamos sanots.
•De la Resolución: El segundo medio para alcanzar la perfección es la resolución de entregarse del todo a Dios.Muchos están llamados a la perfección; los mueve a ellos la Divina Gracia y hasta tienen deseos de alcanzarla, pero les falta esta resolución, viven y mueren tibios e imperfectos.
No basta el deseo de la perfección si no va acompañado de firme resolución de alcanzarla.
Y mientras tanto no puede ver a tal persona, anda derramado en mil cosas exteriores, cae en incontables defectos, gula, curiosidad, soberbia, orgullo y sigue suspirando: ¡Ah si pudiese...!
La mayor seguridad que podemos tener de hallarnos en esta vida en gracia de Dios no consiste precisamente en que sintamos amor por El, sino en el sincero y total abandono de todo nuestro ser en sus manos y en la inquebrantable resolución de no consentir jamás en ningún pecado sea leve, sea grave. Resolvámonos, pues, a diario a comenzar a ser todo de Dios.
•De la Oración Mental: El tercer medio para alcanzar la santidad es la oración mental.
“Quien no meditare las verdades eternas, raramente podrá vivir vida cristiana”
Las verdades de la Fe, no se ven con ojos corporales, sino con los ojos del alma y precisamente en la meditación.
Quien no las medita nos la ve y por eso anda a tientas y envuelto así en tinieblas, fácilmente se aficionará a las cosas de aquí abajo, con desprecio de las eternas.
La oración, dice San Bernardo, gobierna los afectos de nuestro corazón y encamina hacia Dios nuestras obras, pero sin meditación inclínase hacia la tierra nuestros afectos, tras ellos van las obras y todo anda en desorden.
Santa Teresa decía que el alma que abandona la oración no tardará en convertirse en bestia o demonio.
Renunciar, por consiguiente, a la meditación es renunciar al amor de Jesucristo.
La oración es la feliz hoguera en que enciende y conserva el fuego del Santo Amor.
Quien no frecuenta la oración se priva del lazo que une el alma con Dios y le queda el campo libre al demonio para llevarlo poco a poco a la perdición.Por el contrario, decía Santa Teresa, si el alma persevera en la oración, por más pecados que uno tenga, tentaciones o caídas el Señor lo salvará.
Sabe el demonio que el alma que tenga perseverancia en la oración, la tiene perdida y que todas las caídas que le hace dar le ayudan, por la bondad de Dios a dar después un salto mayor en el servicio Divino.
¡Cuántos bienes se ganan en la oración!En ella se conciben santos pensamientos, se encienden afectos devotos, se fortalecen del todo en Dios; en ella el alma sacrifica a Dios todos los afectos terrenos y todos los apetitos desordenados.
San Luis Gonzaga afirmaba: que no habrá mucha perfección donde no hubiere mucha oración.
No se ha de ir a la oración para experimentar las dulzuras del amor divino sino solamente para
agradar a Dios, para conocer cuál es Su Voluntad y pedirle las necesarias gracias para cumplirla.
De la oración nace el deseo de retirarse a lugares solitarios para tratar a solas con Dios.
Quien por el estudio de las cosas Sagradas abandona la oración da pruebas de que no busca a Dios, sino a sí mismo.
Sin la oración ni hay comunicación de Dios para conservar las virtudes adquiridas, ni para adquirir las perdidas.
El que no medita no advierte las necesidades de su alma, ignora los medios que debe emplear para vencer las tentaciones y ciertamente se perderá.
De la Comunión frecuente: En la comunión con devoción, el Señor va perfeccionando al alma.
La Eucaristía es remedio y medicina que nos libra de las culpas cotidianas y nos preserva de las mortales.
San Bernardo dice que reprime los ímpetus de cólera y de la incontinencia, que son las dos pasiones más frecuentes y que furiosamente nos acometen.San Juan Crisóstomo asegura que la comunión dá al alma poderosa inclinación a la virtud y facilidad grande en practicarla, a la vez que le infunde una paz interior que le convierte en fácil y deleitoso camino de la perfección.
Ningún sacramento inflama tanto al alma en amor divino como la Sagrada Eucaristía, donde Jesucristo se da por entero a nosotros y nos une a El con cadenas de amor.
El beato Juan de Avila decía: “Más ¿qué diremos? Que hay hombres que, sin ver la conciencia de los que llegan a comulgar, juzgan y dicen que son malos y murmuran.
Estos tales tienen el oficio del Diablo, aborrecedores y estorbadores de las obras de Dios.”
En efecto, el Demonio aborrece con todo encarecimiento este Sacramento, que reportan al alma fuerzas extraordinarias para adelantar en el amor divino.
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PARA PODER COMULGAR ES NECESARIO
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Abstenerse de toda falta deliberada cometida a sabiendas.
Tomar conciencia de que es Jesús mismo a quien va a recibir.
Estar mortificado en los sentidos y en las pasiones.
Después de comulgar estar en acción de gracias por el Bien recibido.
Dice Juan Gersón que quien se priva de comulgar porque no siente la devoción que desearía tener, se asemeja al que no se acerca al fuego por estar muerto de frío.
La Oración: El quinto y más neceario medio para conservar la vida espiritual y conseguir el amor de Jesucristo es la oración.
El que reza obtiene de Dios cuanto quiere.
San Agustín dice: “Si de tu parte no falta la oración, ten por cierto que tampoco faltará la Misericordia Divina”.
La oración del humilde lo alcanza todo de Dios y no solo es útil sinó necesaria para salvarnos.
Sin el fervor divino es imposible triunfar de las tentaciones del enemigo.Sobre la perseverancia final Dios nos la concede si la pedimos dice San Agustín.
Santo Tomás dice: “Si quiere el hombre entrar al Cielo, ha de ser por medio de la contínua oración.”
El Señor nos quiere dispensar Sus gracias pero quiere que se la pidamos y al mismo tiempo que nos escucha nos agradece.
Enseña Santo Tomás que la eficacia de la oración para recabar gracias de Dios no estriba en nuestros merecimientos, sino en la Misericordia de Dios, que prometió escuchar a quien le rogare.
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QUIEN AMA A JESUCRISYO NO SE ENSOBERBECE
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Quien ama a Dios es verdaderamente humilde y no se engríe de sus buenas cualidades personales, porque sabe que cuanto tiene, todo es don de Dios y si algo tiene de sí es la nada y el pecado.
Mientras más favorecidos nos veamos de Dios, más debemos nos debemos humillar.
Cuando el alma recurre a Dios arrepintiéndose de sus pecados, El se olvida de todas las ofensas recibidas.
Todos los santos se tenían por grandes pecadores, porque su proximidad a Dios les abría los ojos de su nada.
El soberbio se fía de sus fuerzas y se cree dueño de sus cualidades y méritos.
No se puede ejercitar la humildad sin soportar por amor a Dios las humillaciones justas o injustas que reciba.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO NO ES AMBICIOSO
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Quien ama a Jesucristo no busca la estima y el afecto de los hombres, su único deseo lo tiene puesto en gozar del favor de Dios, que es el solo objeto de su amor.
Escribe el apóstol Santiago que así como Dios dá con larga mano Sus gracias a los humildes, así la retira de los soberbios y les resiste.
No presta oído a sus oraciones y entre los actos de soberbia ciertamente ha de contarse el ambicionar la estimación de los hombres y envanecerse con los honores de ellos recibidos.
Temblemos pues, cuando nos veamos acometidos por la ambición de figurar y ser estimados por el mundo y cuando el mundo nos honre, guardémonos de la vana complacencia, que puede ser origen de nuestra perdición.
Los santos únicamente anhelaban vivir desconocidos y menospreciados de todos.
El que quiera, pues, adelantar en el amor a Jesucristo, debe sacrificar el amor de la propia estima.
San Pablo dice: “Nada por rivalidad o vanagloria, antes bien por la humildad estimando los unos a los otros como superiores”.
En suma quien ama a Dios no ha de ambicionar nada más que a Dios.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO, DESPRENDE EL CORAZON DE TODO LO CREADO
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Quien quiere amar a Jesucristo con todo su corazón, debe vaciarlo de cuanto, no siendo Dios, nazca del amor propio.
Para amar a Dios de todo corazón se necesitan dos cosas:
La primera, vaciarlo de todo lo terreno.
La segunda, llenarlo de Su Santo Amor.
El engaño está en quienes quieren hacerse santos, pero a su modo, quieren amar a Jesucristo, pero siguiendo su natural inclinación, sin renunciar a sus diversiones, a la vanidad en el vestir, a los alimentos regalados, aman a Dios pero si no consiguen lo que quieren viven turbados, si les hieren en su reputación se encienden y si no sanan de la enfermedad, pierden la paciencia.
Aman a Dios pero no dejan el afecto a las riquezas, a los honores mundanos o al ser tenidos por sabios o por mejores que los demás.
Estos frecuentan la oración y la comunión, mas, por cuanto llevan el corazón repleto de cosas terrenas, poco es el fruto que reciben.
Muchas almas quisieran verse libres de los lazos que las tienen cautivas a la Tierra, para volar hacia Dios, y de hecho volarían muy alto en la santidad si se desprendiesen completamente de las criaturas, mas por cuanto conservan cualquier afición desordenadas que no se esfuerzan por romper.
Muchas almas tienen oración mental, visitan el Santísimo Sacramento y frecuentan la comunión; más por cuanto tienen ocupado el corazón con algún afecto terreno, poco o nada adelantan en la perfección.
Es necesario, pues, pedir a Dios que purifique nuestro corazón de todo afecto terreno, de otro modo, jamás seremos suyos por completo.
Bien nos o dió a entender Jesucristo diciéndonos que quien no renuncia a todo lo de este mundo no puede ser discípulo suyo.
Un corazón vacío de aficiones terrenas pronto lo colmará de Dios y lo llenará de amor divino.
Para llegar, pues, a la perfecta unión con Dios, es necesario un total desprendimiento de las criaturas.
Lo primero que debemos hacer es despojarnos del afecto desordenado a los parientes. Luego a la estimación del mundo, y al desprendimiento de nosotros mismos, de la propia voluntad para desear sólo la Voluntad de Dios.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO, NO SE IRRITA
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La virtud de no airarse en las contrariedades que sobrevengan es hija de la mansedumbre.
La humildad y mansedumbre fueron las virtudes más caras a Jesucristo, por lo que dijo a los discípulos que aprendiesen de El a ser mansos y humildes.
Nuestro Redentor fue llamado cordero, sea por razón del sacrificio que había de consumar en la cruz para satisfacción de nuestros pecados, sea por la mansedumbre que manifestó en toda Su vida y especialmente en tiempo de Su pasión.
¡Cuánto estima Jesucristo a los corazones mansos que al recibir afrentas, burlas, calumnias, persecuciones y hasta golpes y heridas, no se irritan contra quienes los injurian o golpean!
La oración de los humildes siempre son atendidas por Dios, pues a ellos de modo especial les está prometido el Paraíso.
Para vivir siempre unidos a Jesucristo, debemos hacer todas las cosas con tranquilidad, sin inquietarnos por contrariedades que surgieren.
El Señor no habita en los corazones turbados.
A veces es necesario tener que reprimir con aspereza a algún insolente, pero sin pecar.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO SOLO QUIERE LO QUE QUIERE JESUCRISTO
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La caridad siempre va unida con la verdad, por lo que, conociendo que Dios es el único y verdadero bien, aborrece la iniquidad, que se opone a la Voluntad Divina y sólo se complace en lo que Dios quiere.
De aquí que el alma amante de Dios se preocupa poco de lo que los demás digan de ella y sólo atiende lo que es del agrado de Dios.
Decía el beato Enrique Susón: “Están verdaderamente con Dios los que se esfuerzan por cumplir con la verdad y después no se cuidan de lo que de ellos digan los hombres o de cómo los traten”.
Si queremos hacernos santos, nuestro único deseo ha de ser renunciar a la voluntad propia para abrazarnos con la de Dios, porque la médula de todos los preceptos y consejos divinos estriba en hacer y padecer cuanto Dios quiere y como lo quiere.
Si estuviéramos unidos con la Voluntad de Dios en todas las adversidades, ciertamente que nos santificaríamos y seríamos los más felices del mundo.Esforcémonos, pues, cuanto podamos, por tener nuestra voluntad unida con la de Dios en todas las cosas que nos sucedan, sean gratas o ingratas.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO, TODO LO SUFRE POR EL
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¡Cuántos méritos se pueden alcanzar con solo sufrir pacientemente las enfermedades!
Sufriendo con paciencia los dolores de nuestras enfermedades se compone en gran parte, la corona que Dios nos tiene dispuesta en el Paraíso.
Los santos estimaban como regalos las enfermedades y dolores que el Señor les enviaba.
San Vicente de Paul decía: “Si conociésemos el precioso tesoro encerrado en las enfermedades, las recibiríamos con aquella alegría con que se reciben los más insignes beneficios”.
Es necesario, en segundo lugar, ejercitar la paciencia cuando nos faltan los bienes temporales.
Se llama pobre al que desea los bienes que carecen y plenamente rico al que no desea cosa alguna, sino que se contenta con su pobreza.
Los santos no sólo soportaron pacientemente su pobreza, sino que se despojaron de todo para vivir desprendidos y unidos solamente a Dios.
Si carecemos de ánimo para renunciar a todos los bienes de la Tierra, al menos contentémonos con el estado en que nos colocó el Señor, dirigiendo nuestra solicitud no a amontonar riquezas terrenas, sino las celestiales, que son eternas e inmensamente mayores.
San Juan Clímaco afirmaba que la pobreza es más apropiado camino para dirigirse a Dios sin tropiezo.
El mismo Redentor llamaba “bienaventurados los pobres de espíritus, porque de ellos es el Reino de los Cielos”.
Entiéndase que los pobres de espíritu son los que no desean bienes terrenos, viviendo contentos mientras tienen con que alimentarse y vestirse sin desear cosas superfluas.
Los santos amaron la pobreza porque Jesucristo la eligió como medio de vida.En tercer lugar debemos ejercitar la paciencia y demostrar nuestro amor a Dios, sufriendo con paz y alegría los desprecios que de los hombres recibimos.
Cuando el alma se consagra a Dios, suele Dios hacer o permitir que sea perseguida o vilipendiada.
Para ejercitar bien la santa paciencia en todo género de tribulaciones que nos acometan, es menester convencernos de que todos los trabajos nos vienen de la mano de Dios y El los permite para nuestra santificación.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO, CREE CUANTO EL HA DICHO
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La Fe es fundamento de la caridad, sobre la que se funda; pero la caridad es la que perfecciona la fe; aquel que cree con más firme y viva fe, con más intenso amor ama a Dios.
La caridad hace que el hombre crea, no sólo con el entendimiento, sino también con la voluntad; hay muchos que creen con el entendimiento pero no con la voluntad porque tienen por muy ciertas las verdades de la fe y a pesar de ello se niegan a vivir conforme a los divinos mandamientos.
Quien, por el contrario el que cree, no sólo con el entendimiento, sino también con la voluntad, cree con gusto y se goza en ello, por el amor que tiene a Dios, cree con perfección y se afana por conformar su vida con las verdades que cree.
Quienes tienen en poco la amistad de Dios y la desprecia por no privarse de los placeres vedados, quisiera que no hubiese ley que los prohibiera ni castigo para el pecador y por esto procura apartar la vista de las verdades eternas, de la muerte, del juicio, del infierno y de la justicia divina buscando justificarse con argumentos modernos con el fin de persuadirse y
quererse convencer de que no existe ni el alma, ni Dios, ni el infierno para poder vivir y morir como bestias que carecen de Ley y de razón. Quien ama a Jesucristo de todo corazón tiene siempre ante los ojos la consideración de las máximas eternas y conforme a ellas dirige sus acciones.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO, TODO LO ESPERA DE EL
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La esperanza hace crecer la caridad y ésta hace aumentar la esperanza.San Vicente de Paul decía: “Estemos sobre aviso para no fundarnos sobre la protección de los hombres, porque, cuando el Señor ve que nos apoyamos en ella, se aparta de nosotros. Por el contrario cuanto más confiamos en Dios, tanto más adelantaremos en su amor”.
El objeto primario de la esperanza cristiana es la posesión de Dios en el Cielo.
El angélico Santo Tomás escribe que la amistad tiene por fundamento la comunicación de bienes, porque, no siendo la amistad más que un amor recíproco entre amigos, es necesario que entre ellos se establezca la comunicación de bienes, como a cada uno conviene.
Por eso decía el santo: “Si no hay comunicación alguna, tampoco habrá amistad”.
La caridad no excluye el deseo de alcanzar las mercedes que Dios en el Cielo nos tiene preparadas, sino que las hace considerar como el objeto principal de nuestro amor, que es el mismo Dios.
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QUIEN AMA A JESUCRISTO, LO HACE AUN EN LAS TENTACIONES Y DESOLACIONES
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Las penas que más afligen en esta vida a las almas amantes de Dios no son la pobreza, ni las enfermedades, ni las deshonras, ni las persecuciones, sino las tentaciones y desconsuelos espirituales.
Cuando el alma disfruta de la amorosa Presencia de Dios, todos los dolores, ignominias y malos tratamientos de los hombres, en vez de afligirla, la consuelan más, por la ocasión que le brindan de ofrecer a Dios alguna muestra de su amor.
Mas, cuando en la tentación se ve expuesta a perder la divina gracia y entre los desconsuelos le parece haberla ya perdido, éstas son penalidades muy amargas para quien ama de corazón a Jesucristo. Pero del mismo modo sacará tal alma la fortaleza para sufrirlo todo pacientemente y continuar el emprendido camino de la perfección.
Y ¡cuánto progresan las almas con estas pruebas que suele hacer Dios de su amor!
Dios permite las tentaciones, primero para que con ellas reconozcamos mejor nuestra debilidad y la necesidad que tenemos de Su ayuda para no caer.
También para que vivamos desprendidos de la Tierra y deseemos más ardorosamente ir a verlo en el Cielo.
En tercer lugar Dios permite que seamos tentados para enriquecernos de méritos.
No son los malos pensamientos los que nos hacen perder a Dios, sino los malos consentimientos.
Dice San Bernardo, que cuantas veces vencemos las tentaciones, conquistamos una nueva corona.
Fiel es Dios que no permitirá que seamos tentados más de lo que podemos. Por tanto quien resiste la tentación, lejos de perder, aprovechará.
De las desolaciones del espíritu: “Es un engaño –dice San Francisco de Sales- querer medir la devoción por los consuelos que experimentemos.La verdadera devoción en los caminos de Dios consiste en tener una voluntad firmemente resuelta a cumplir cuanto es del divino agrado”.
Dios, mediante las arideces, une consigo a las almas más predilectas.
Lo que impide la verdadera unión con Dios es el apego a nuestras desordenadas inclinaciones, por tanto cuando el Señor quiere atraer un alma a su perfecto amor, busca cómo desprenderla de todos los afectos a los bienes temporales, a los placeres mundanos, a la hacienda, a los honores, a los amigos, a los parientes, a la salud corporal; y con tales medios de pérdidas, disgustos, desprecios, enfermedades y muertes.