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Oración Mental


III. ORACIÓN MENTAL


Orar es hablar con Dios, con Alguien que nos ve y nos escucha.
A través de ese diálogo que se sostiene a nivel espiritual podemos percibir lo que Dios nos dice y, desde ahí establecer un diálogo existencial, viviendo como Dios quiere, convirtiendo nuestra vida en oración.
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Para ello es necesario ponerse, dejar todo y, cerrada la puerta de la intimidad, quede el alma a solas ante su Dios.
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1. Disposiciones para orar
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a) Humildad.
La primera y principal disposición para llegar a este coloquio divino es querer hablar y escuchar a Dios.
El soberbio tiene como punto de referencia a sí mismo, y posee una especie de "vida interior" riquísima, con alegrías y penas transeúntes, que vienen y se van, y que dejan un poso de amargura, insatisfacción y soledad.
Quien vive para sí mismo no puede ser feliz, porque, al igual que los ojos, nosotros no estamos diseñados para amarnos a nosotros mismos sino para amar a alguien exterior, y sobre todo, al Amor de los amores, a Dios.
Para relacionarnos con Dios hace falta, por tanto, una actitud de humildad, de ponernos en nuestro sitio -que es la tierra, y de ahí, de humus, viene la palabra humildad- y elevar nuestros ojos hacia el cielo, hacia el lugar de Dios.
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b) Fe.
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Conviene que en ocasiones y sobre todo al principio, se hagan muchos actos de fe explícita.
Por ejemplo:
"Señor, sé que estás aquí, sé que me ves y que me estás escuchando...".
La tentación más frecuente que retrae de hacer oración y la más oculta, es nuestra falta de fe.
Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias.
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c) Sinceridad.
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Reconocer quién es Dios y lo que somos nosotros y lo que nos pasa -cosas buenas y malas- es absolutamente necesario para que ese diálogo sea eficaz.
Dios lo ve todo, hasta nuestros más ocultos pensamientos; por eso no tiene sentido pretender ocultarle algo; y por eso tiene mucho sentido intentar descubrir nosotros la verdad -ser sinceros con nosotros mismos-, pues de otra manera los únicos que salimos perdiendo somos nosotros.
Sinceridad, por tanto, para reconocer lo que nos pasa y para dirigir nuestra mirada allá en el fondo de nuestro corazón, donde Dios deposita lo que nos quiere decir.
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d) Confianza.
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La confianza en un Dios que nos ama es una gran enseñanza del Nuevo Testamento. Dios desea que nos acerquemos a Él.
Dios siempre nos escucha y es quien nos alivia
(Venid a Mí los que estéis cargados y agobiados que yo os aliviaré).
Nadie nos quiere tanto como Él y nadie tiene tanto interés en escucharnos como Él. Cuántas veces Jesús dijo a la gente: No temas... ten confianza...
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e) Sencillez.
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Orar es hablar con Dios de una manera sencilla, de corazón...
en Espíritu y Verdad.
Decir lo que nos pasa tal como lo vemos.
A veces será recitar despacio, con sencillez, oraciones que los santos han dirigido a Dios.
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f) Obediencia.
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Con la misma sencillez hay que estar dispuesto a obedecer, a aplicar a nuestro caso concreto lo que "vemos" que debemos hacer. Porque en la oración vemos, con la luz del Espíritu Santo, y su palabra interpela a nuestra conciencia: para seguirle más de cerca, para rectificar si era el caso, para hacer más porque podemos hacer más, a ser mejores en una palabra.
Es en esa dinámica de amor (petición y entrega mutuas) donde la vida se va llenando de gracia, se va transformando según desea Dios.
La obediencia es condición indispensable para la oración.
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2. Cómo prepararse
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Está claro que la oración, tanto la presencia de Dios a lo largo del día como en los ratos de meditación, la da Dios.
La verdadera oración que llena el alma es un regalo, que en ningún modo se debe a nuestro esfuerzo.
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Sin la ayuda del Espíritu Santo no podríamos ni siquiera pronunciar el nombre de Jesús con mérito.
Sin embargo Dios está dispuesto a darnos ese regalo si ponemos de nuestra parte, junto a las disposiciones que decíamos antes, unos actos de preparación.
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Por un lado, como disponerse a hacer un rato de oración mental supone un deseo de hablar con Dios, hace falta el empeño de estar habitualmente en gracia de Dios.
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Otra disposición también remota es la guarda de los sentidos y del corazón. Quien va pendiente de noticias, de imágenes, o no cuida la sobriedad en el comer o el beber, difícilmente podrá tener el alma despierta, porque estará embotada.
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La preparación próxima para orar se puede resumir en:
-Procurar hacerla junto al sagrario siempre que se pueda, o al menos en un lugar recogido.
- Cuidar la postura, como si estuviera alguien viéndonos. Sentados, de rodillas o de pie. Una excesiva comodidad ayuda a distraer la imaginación.
- Llevar siempre un libro espiritual o un tema para tratar.
Quizá unos apuntes que tomamos en otra ocasión. Apuntar puede ser un modo de evitar distracciones.
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3. Dificultades en la oración
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Ya el Catecismo advierte del esfuerzo que conviene al combate de la oración: "La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte, supone siempre un esfuerzo."
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Es un combate contra nosotros mismos porque un nuevo hábito requiere de mucho esfuerzo y nueva costumbre que se consigue con la repetición de los actos y una aceptación interna que permite incorporar a nuestra vida algo nuevo.
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Lógicamente al comenzar el rato de oración es necesario un acto de presencia de Dios, para darnos cuenta de que estamos con Alguien. Y, de alguna manera, todo ese tiempo tiene que estar traspasado por la "presencia" del amado, que envuelve nuestro espíritu.
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La validez de la oración no dependen para nada del sentimiento y mucho menos del sentimentalismo, porque la relación entre dos personas no depende de que uno lo sienta o no.
Desde luego no tendría sentido dejar la oración porque no se siente.
Los sentimientos, aun siendo fundamentales en la persona, no son ni el único ni el más importante criterio para conocer la verdad de nuestra relación con Dios.
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El objeto de la oración es la unión con Dios, no el bienestar personal.
Porque los sentimientos vienen y van, en nuestros ratos de oración habrá temporadas que exigirán más esfuerzo, y en otras, en cambio, parecerá que es Dios quien nos lleva.
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Otro inconveniente con el que hay que enfrentarse son las distracciones. Algunas veces son inevitables. Lo que importa es darle la vuelta y convertir ese tema en objeto de oración: pedir por esas personas o esa situación, ofrecerlo, desagraviar.
Sin duda muchas veces se tratará de lo que llevamos realmente en el corazón y más que "rechazarlo" se trata de hablar con Dios de lo que nos preocupa o nos ilusiona. No olvidemos que a Dios le interesa todo lo que a nosotros nos interesa.
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4. Los propósitos
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La oración bien hecha ha de dejarpropósitos, deseos de mejorar, de cambios concretos en la conducta, de reparar algo que hemos hecho mal, de buscar la reconciliación con aquel a quien hemos podido ofender, etc.
Bueno será apuntarlos para verlos en otros momentos de oración.