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Devoción a San José


No hay devoción alguna -si se exceptúa la que todo cristiano ha de profesar siempre a Jesús y a María- que sea más grata a Dios, ni más sólida en sí misma, ni más fecunda en frutos materiales y espirituales para los hombres, que la devoción al glorioso Patriarca San José. Los teólogos y santos están de acuerdo en afirmarlo.
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Durante los primeros siglos de la Iglesia la veneración se dirigía principalmente a los mártires.
Los franciscanos fueron los primeros en tener la fiesta de los desposorios de La Virgen con San José.
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El Beato Pio IX, en el año 1870 proclamó a este humilde laico patrono de la Iglesia Católica. Luego el Beato Juan XXIII incluyó su nombre en el Canon Romano que fue inspirado por el papa San Gregorio I el Magno (590-604).
Juan Pablo II escribió una magnifica Carta Apostólica: "El Custodio del Redentor".
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Los santos que más han propagado la devoción a San José han sido: San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones) y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al santo Patriarca. Pero sobre todo, la que más propagó su devoción fue Santa Teresa, que fue curada por él de una terrible enfermedad que la tenía casi paralizada, enfermedad que
ya era considerada incurable.
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Le rezó con fe a San José y obtuvo de manera maravillosa su curación. En adelante esta santa ya no dejó nunca de recomendar a las gentes que se encomendaran a él. Y repetía: “Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo”.
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Hacia el final de su vida, la mística fundadora decía: “Durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán que grandes frutos van a conseguir”. Y es de notar que a todos los conventos que fundó Santa Teresa les puso por patrono a San José.
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La Seráfica Virgen, Santa Teresa de Jesús, que tantas veces había sentido su amorosa protección en el cuerpo y en el alma, se convierte en el más ferviente apóstol de esta devoción, protestando que “si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana se alargara en decir muy por menudo las mercedes que le había hecho este glorioso Santo, así ella como otras personas”. (Santa Teresa, Vida, capítulo 6, n. 8).
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“Querría yo persuadir a todos -escribe la santa- fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona, que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan” (Santa Teresa, Vida, cap. 6, n. 7).
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“No me acuerdo hasta ahora, -continúa- haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma, que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, de este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, así ahora en el cielo hace todo cuanto le pide” (Santa Teresa de Jesús Vida. n.6)
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Con todo no deja de recomendarnos, con el más vivo encarecimiento, que “aunque tengamos muchos santos por abogados, hemos de ser particularmente devotos del bendito San José, por lo mucho que alcanza de Dios”.
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“En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellas”.
“Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará el camino”.
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“Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por
experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción”. (Santa Teresa de Jesús Vida, cap. 6, n. 8).
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Tal es el tono encarecido, el peso de las razones, y el fogoso pasionamiento,
con que la gran Doctora Mística nos recomienda la devoción al Esposo dulcísimo de María y Padre virginal de Jesús.
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El mundo católico es deudor, sin disputa alguna, a la insigne Reformadora del Carmelo, del incremento y difusión que ha obtenido en la Iglesia, el culto ferviente del Santo Patriarca, a partir de aquélla fecha hasta nuestros días.
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Hoy podemos decir que su devoción es, -después de Jesús y María- ladevoción más tierna y universal. La devoción, en una palabra, de todo el mundo cristiano. Porque todos: teólogos y escritores, predicadores yaartistas, poetas y músicos, patronos y obreros, obispos y sacerdotes, religiosos y seglares, sanos y enfermos, ricos y pobres, hombres y mujeres, chicos y grandes, niños y ancianos, le consagran, sin distinción, las súplicas más fervientes de sus labios y los afectos más puro de su alma.