En la soledad del monte Tabor, presentes Pedro, Santiago y Juan, únicos testigos privilegiados de ese acontecimiento, Jesús es revestido, también exteriormente, de la gloria de Hijo de Dios, que le pertenece.
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Su rostro se vuelve luminoso; sus vestidos, brillantes. En la Transfiguración se hace visible por un momento la luz divina que se revelará plenamente en el misterio pascual.
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Aparecen Moisés y Elías, que conversan con él sobre el cumplimiento de su misión terrena, destinada a concluirse en Jerusalén con su muerte en la cruz y con su resurrección. Allí se cumplirán las antiguas profecías que habían anunciado la venida del Mesías, no como poderoso dominador o agitador político, sino como servidor de Dios y de los hombres, que sufrirá la persecución, el dolor y la muerte.
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En este camino hacia la cruz hay una pausa. Jesús sube al monte con sus discípulos más fieles: Pedro, Santiago y Juan. Allí, durante breves instantes, les hace entrever su destino final: la gloriosa resurrección. Pero les anticipa igualmente que antes es necesario seguirlo a lo largo del camino de la pasión y de la cruz.
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El Papa Juan Pablo II nos dice que la "palabra de la cruz" debe transformar nuestras vidas, viviendo el tiempo favorable de la Cuaresma. No cabe duda alguna de que el camino exige responsabilidad, valor y renuncia para poder hacer de la propia vida, siguiendo el ejemplo de Cristo, un "don" de amor al Padre y a los hermanos. Sólo si pasamos a través de la muerte, podremos llegar al triunfo de la resurrección.
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¡Esta certidumbre, fundada en la fe, nos consuela en medio de las dificultades, al tiempo que nos impulsa, a esperar contra toda esperanza! Precisamente para que esta esperanza no desaparezca, sino que crezca día tras día es indispensable subir con Jesús al monte y permanecer en su compañía; esto es, estar más atentos a la voz de Dios y dejarse envolver y transformar por el Espíritu. ¡Es necesaria la experiencia de la contemplación y de la oración!
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"La oración es un sumo bien. Es una comunión íntima con Dios. Así como los ojos del cuerpo al ver la luz se iluminan, así también el alma que tiende hacia Dios es iluminada por la luz inefable de la oración" De esta forma, es posible volver después con renovado vigor al camino fatigoso de la cruz, que conduce a la resurrección.
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Pidamos hoy al Señor que nos ayude a "transfigurarnos", a transformar y a mejorar vuestras vidas a luz de su gracia, a caminar juntos en presencia del Señor y ser fieles a Cristo, no sólo en este tiempo de Cuaresma, sino también durante toda vuestra vida.
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Extractado de las homilías del papa Juan Pablo II
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TRANSFIGÚRAME
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Su rostro se vuelve luminoso; sus vestidos, brillantes. En la Transfiguración se hace visible por un momento la luz divina que se revelará plenamente en el misterio pascual.
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Aparecen Moisés y Elías, que conversan con él sobre el cumplimiento de su misión terrena, destinada a concluirse en Jerusalén con su muerte en la cruz y con su resurrección. Allí se cumplirán las antiguas profecías que habían anunciado la venida del Mesías, no como poderoso dominador o agitador político, sino como servidor de Dios y de los hombres, que sufrirá la persecución, el dolor y la muerte.
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En este camino hacia la cruz hay una pausa. Jesús sube al monte con sus discípulos más fieles: Pedro, Santiago y Juan. Allí, durante breves instantes, les hace entrever su destino final: la gloriosa resurrección. Pero les anticipa igualmente que antes es necesario seguirlo a lo largo del camino de la pasión y de la cruz.
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El Papa Juan Pablo II nos dice que la "palabra de la cruz" debe transformar nuestras vidas, viviendo el tiempo favorable de la Cuaresma. No cabe duda alguna de que el camino exige responsabilidad, valor y renuncia para poder hacer de la propia vida, siguiendo el ejemplo de Cristo, un "don" de amor al Padre y a los hermanos. Sólo si pasamos a través de la muerte, podremos llegar al triunfo de la resurrección.
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¡Esta certidumbre, fundada en la fe, nos consuela en medio de las dificultades, al tiempo que nos impulsa, a esperar contra toda esperanza! Precisamente para que esta esperanza no desaparezca, sino que crezca día tras día es indispensable subir con Jesús al monte y permanecer en su compañía; esto es, estar más atentos a la voz de Dios y dejarse envolver y transformar por el Espíritu. ¡Es necesaria la experiencia de la contemplación y de la oración!
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"La oración es un sumo bien. Es una comunión íntima con Dios. Así como los ojos del cuerpo al ver la luz se iluminan, así también el alma que tiende hacia Dios es iluminada por la luz inefable de la oración" De esta forma, es posible volver después con renovado vigor al camino fatigoso de la cruz, que conduce a la resurrección.
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Pidamos hoy al Señor que nos ayude a "transfigurarnos", a transformar y a mejorar vuestras vidas a luz de su gracia, a caminar juntos en presencia del Señor y ser fieles a Cristo, no sólo en este tiempo de Cuaresma, sino también durante toda vuestra vida.
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Extractado de las homilías del papa Juan Pablo II
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TRANSFIGÚRAME
SEÑOR,
TRANSFIGÚRAME
*
Quiero ser tu vidriera, tu alta vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia, pero de ti en tu gloria traspasado.
*
Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
*
Mas no a mí solo, purifica también a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron, o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
*
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
*
Si acaso no te saben, o te dudan o te blasfeman,
límpiales el rostro como a ti la Verónica;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, como te veo.
*
Transfigúralos, Señor, transfigúralos.
*
Que todos puedan, en la misma nube que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
*
Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
*
Himno de la Liturgia de las Horas
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Quiero ser tu vidriera, tu alta vidriera azul, morada y amarilla.
Quiero ser mi figura, sí, mi historia, pero de ti en tu gloria traspasado.
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Transfigúrame, Señor, transfigúrame.
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Mas no a mí solo, purifica también a todos los hijos de tu Padre
que te rezan conmigo o te rezaron, o que acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el Padrenuestro.
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Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
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Si acaso no te saben, o te dudan o te blasfeman,
límpiales el rostro como a ti la Verónica;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, como te veo.
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Transfigúralos, Señor, transfigúralos.
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Que todos puedan, en la misma nube que a ti te envuelve,
despojarse del mal y revestirse de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí, con todos ellos, transfigúrame.
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Transfigúranos, Señor, transfigúranos.
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Himno de la Liturgia de las Horas